Jeanne Hersch
Jeanne Hersch (1910-2000)
No hace mucho escribía en la revistaFilosofía Hoy un extenso artículo sobre el papel de las mujeres en la historia del pensamiento. Hoy tengo el gusto de recomendaros la lectura de un libro, recién editado por Acantilado -traducido por Rosa Rius y Ramón Andrés-, de una de las discípulas más aventajadas de Karl Jaspers: Jeanne Hersch.
Esta publicación se suma al encomiable esfuerzo de la editorial barcelonesa por difundir, en español, los textos más representativos de Hersch. En 2008 vio la luz El nacimiento de Eva, y dos años más tarde, en 2010, una obra a la que guardo especial cariño: El gran asombro, prolijo e irresistible volumen (gracias a la didáctica y grácil prosa de la autora y al interés del tema abordado), en el que se estudia la evolución del pensamiento filosófico a través de la importancia que para éste supone el aguijón de la curiosidad.
Entre el tiempo y nosotros existe un profundo desacuerdo que, no obstante, resulta contradictorio: no soportamos su huida, pero tampoco su permanencia. (Jeanne Hersch, Tiempo y música, “Entre lo efímero y lo permanente”.)
En esta ocasión, Acantilado reúne un total de seis conferencias pronunciadas por Jeanne Hersch a lo largo de su carrera (muchas de ellas inéditas, lo que añade un precioso valor al libro), en el que se hace cargo de uno de los conceptos que más ríos de tinta ha hecho correr en la historia de la filosofía: el tiempo. Como apunta Czesław Miłosz en las páginas que preludian la obra, uno de los rasgos que distinguió con más elocuencia la labor académica y vital de Hersch es la piedad, una piedad que “se expresa en su meditación sobre el enigma de nuestra existencia, profundamente contradictoria, porque es vivida en el tiempo y, sin embargo, llamada a trascender el tiempo”.
El interés de la pensadora suiza por el carácter paradójico de nuestra vida constituye, sin duda, uno de los puntos que permite trazar un rasgo de familiaridad llamativo en los textos que componen Tiempo y música. Y es que, explica Miłosz, “Jean Hersch se instala en lo provisional, porque la imposibilidad de alcanzar lo definitivo conforma nuestra miseria y nuestra grandeza”.
Tiempo y música
80 páginas, 12 euros.
La aventajada discípula de Jaspers invita al lector a situarse en el seno mismo de la experiencia del límite -expresión que tan cara resultaría más tarde a nuestro Eugenio Trías, recientemente fallecido, y a quien también homenajeé en Filosofía Hoy-. Bajo la certeza de que sólo nos es posible actuar “ahora”, en un presente que a cada paso se nos escapa de las manos, y lejos de sentimentalismos vanos, Hersch aboga por una defensa de esta sublime transitoriedad.
A la vez, sostiene (en una clara alusión a laCrítica de la razón práctica kantiana) que “el hombre nunca es completamente libre, nunca empieza del todo el juego”. La libertad no es un poder del que nos valemos para, arbitrariamente, hacer lo que nos venga en gana. En una bella formulación, que quizás no se haya escuchado lo suficiente y que ofrece preciado material para desarrollar toda una teoría de la vocación y el crecimiento personal, la autora apunta en una de los textos recogidos en Tiempo y música, tras examinar la posibilidad de que exista un acto realmente libre:
Al final, deberemos reconocer que lo hicimos porque no podíamos actuar de otro modo; estábamos motivados por nuestra más profunda necesidad. Nadie habría podido desviarnos, no porque nos obstináramos en cumplirlo, sino porque, actuando de otro modo, habríamos traicionado nuestra libertad más profunda. Así, en el sentido verdaderamente filosófico del término, libertad coincide con necesidad.
Una necesidad que, ya vemos, nos aboca a asumir responsablemente lo que somos. Toda una llamada al compromiso que debemos mantener con nosotros mismos. Pero si, por otro lado, encontramos una vivencia que nos permite paladear lo que en el ser humano hay de eternidad, ésta es la música, en la que asistimos a un tiempo que “corta” el tiempo ordinario y nos sitúa en un “tiempo intemporal”. Lo paradójico, lo -donosamente- contradictorio, es que la música se da también en el -y precisa del-  tiempo ordinario en el que acontece la realidad. De cómo la música consigue esta proeza, es tarea del lector descubrirlo en este volumen. Sirva esta invitación, en palabras de Jeanne Hersch, para acercarse al libro:
Si la música trasciende verdaderamente el tiempo, esto significa que nos permite alcanzar, de una forma sumamente misteriosa e intangible, algo que los hombres siempre han soñado y que les es totalmente negado, a saber: lo que sería a la vez, en un mismo acto, la capacidad de desear y la de vivir la plenitud.
Además del valor editorial que la publicación en español de Tiempo y música encierra (gracias a la introducción de numerosos textos inéditos y a la impecable labor de traducción de Rosa Rius y Ramón Andrés), los escritos de Hersch siempre contienen el aliciente de la sugerencia. Una sugerencia que deja al lector vivamente inquieto -en ningún caso inmóvil, pasmado- ante el vasto panorama de temas y perspectivas que la autora es capaz de mostrar. Nuestra tarea, como lectores de Jeanne Hersch, ha de ser la de investigar los apasionantes panoramas horadados por su siempre atractiva forma de escribir y su insuperable y nada violenta manera de interpelar al receptor de sus textos.